Como todos los días lo primero que hago al levantarme es echar un vistazo a la prensa diaria, empiezo por EL PAÍS, sigo con Público y acabo con lainformación.com, después de hacerme una idea de lo que ocurre a mi alrededor procuro desintoxicarme de la cruda realidad con Fogonazos, el blog de Ciencia más leído en español, del periodista Antonio Martínez Ron.
Hace algo más de un mes, en una de mis lecturas matutinas encontré un artículo en la información.com que me llamó mucho la atención, siempre estoy buscando un punto de vista diferente del mundo del caballo y este trabajo ofrecía una perspectiva muy interesante de los caballos y de la forma que tenían de verlos nuestros antecesores. Me puse en contacto con su autor, Antonio Martínez Ron y le pedí permiso para publicarlo en mi blog.
Aquí está su artículo y espero que lo disfrutéis, si os sobra algo de tiempo no dudéis en pasar por lainformación.com y por Fogonazos estoy seguro que os gustará.
Sobre la pared de una de las cámaras de la cueva de Pech Merle, en Francia, hay dos caballos moteados que parecen pastar indiferentes. Alguien los pintó allí hace 25.000 años y llenó su cuerpo de lunares. Los investigadores pensaban hasta ahora que estos, y los pocos caballos moteados que aparecen en otras cuevas europeas, tenían un significado ritual y no reflejaban a los verdaderos equinos.
Esta variedad moteada, decía la teoría, no había aparecido en Europa hasta que el hombre domesticó al caballo, hace alrededor de 5.000 años, y realizó los primeros cruces. Los caballos de lunares eran, pues, un animal simbólico creado por la imaginación humana con algún fin ritual.
La teoría de los caballos imaginarios estaba asentada sobre sólidas pruebas. De las más de 4.000 figuras de animales catalogadas por los arqueólogos en las pinturas rupestres europeas, alrededor de un tercio son caballos y de ellos la inmensa mayoría son negros o marrones, como los actuales. Además, un análisis realizado en 2009 con los huesos de 90 caballos con una edad de entre 1.000 y 12.000 años mostraba que todos eran de un color uniforme y no existía la variedad moteada.
Pero las teorías en ciencia duran hasta que son refutadas por nuevas pruebas. En un estudio liderado por el especialista en genética Arne Ludwig y publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), los científicos presentan pruebas de que los caballos moteados existieron en la fecha en que fueron realizadas las pinturas. En concreto, los investigadores analizaron el ADN de 31 ejemplares de Siberia y Europa oriental con entre 2.200 y 20.000 años de antigüedad y descubrieron que seis de ellos presentaban una variedad genética que se corresponde con la de los caballos moteados. De ellos, la mayoría eran europeos y tenían unos 14.000 años, lo que apunta a que esta variedad no era tan extraña durante los años que se realizaron las pinturas rupestres.
Así pues, aquellos primeros artistas probablemente estaban pintando lo que veían más que imaginando nuevas especies de caballo. "El arte rupestre", asegura Ludwig, "es más realista de lo que a menudo se sugiere".
Aunque se desconoce qué utilidad tenía para estos caballos la piel moteada, los investigadores sugieren que tal vez constituyó un buen camuflaje entre la nieve y que posteriormente se convirtió en una desventaja que mermó su población. La interpretación mágica de las representaciones con lunares aún no se descarta del todo, dado el carácter simbólico que se atribuye a toda pintura rupestre. "No podemos excluir que estos caballos tuvieran un valor religioso", asegura el investigador principal en Livesience. "En el caso de la cueva de Pech Merle", apunta el especialista francés Jean Clottes en Wired, "los grandes lunares no están solo sobre los caballos sino también a su alrededor. Esto probablemente signifique que los puntos tenían alguna importancia más allá que el mero deseo de pintar los caballos de forma realista".
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