jueves, 22 de octubre de 2009

ARRIEROS

Ven, Vieja le ordenó Hernando, y con ella se dirigió al cobertizo. El irregular sonido de los pequeños cascos del animal le siguió mientras rodeaba la casa. Una vez en el interior del cobertizo, le echó algo de paja y acarició el cuello con cariño. ¿Cómo ha ido el viaje?, le susurró mientras examinaba una nueva matadura que no tenía antes de partir.

Ésto es un minúsculo extracto del libro LA MANO DE FÁTIMA, de ILDEFONSO FALCONES, llevo una semana con gripe y harto de deambular por casa he decidido comenzar a leer hoy este libro del autor de la CATEDRAL DEL MAR.
Del mismo modo que en su primer libro ya estoy enganchado a las aventuras que propone su autor, pero con éste todavía lo estoy pasando mejor ya que salvando las distancias me recuerda mucho a mi abuelo NICOLÁS y su oficio de arriero.
El protagonista de la historia también trabaja con mulas y recorre las Alpujarras granadinas con su recua acompañando a su padrastro. Yo también recuerdo los paseos en los mulos de mi abuelo, animales grandes y recios que pasaban todo el día trabajando en el campo o transportando cualquier cosa por la comarca de la Vera. Recuerdo como los trataba mi abuelo, con que cariño y dulzura, jamás le vi pegar o maltratar a ninguno de ellos o como les frotaba las manos con pomadas antiinflamatorias después de una larga jornada de trabajo arrastrando troncos en la sierra.
Mi abuelo siempre trabajó con mulos, hace poco mi padre me contaba como venían tratantes de ganado de Pamplona con cuarenta o cincuenta caballerías, mi abuelo las compraba a plazos y poco a poco se las iba pagando. En aquella época España estaba hundida en la miseria, la mayor parte de los agricultores no tenía dinero para comprar bestias, cuando había que arar contrataban al abuelo, también se ganó la vida cruzando la Sierra de Gredos para hacer estraperlo, siempre por la noche y siempre con su yunta de mulos.
De todos los animales que tuvo mi abuelo siempre recuerdo con especial cariño a la vieja y gruñona MORENA y a un pequeño mulo castaño del que no recuerdo su nombre y que tenía un problema que siempre me hizo mucha gracia, resulta que tenía cosquillas en las orejas y cada vez que se las tocabas se encabritaba y montaba una tremenda.

Ahora en la familia el único que tiene un mulo es mi tío NICOLÁS, le pasa lo que me ocurre a mí, lo tiene por capricho ya no trabaja con él, pero es que da mucha pena deshacerse de un animal tan noble y que lleva tantos años contigo.


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